La costra letárgica de lo que anheno

Gimena Macri

11 de Diciembre - 5 de Marzo 2016

Cada vez que sentía angustia me encerraba en el placard de mi madre a esperar que la congoja merme; ahí, en silencio, me acurrucaba entre sus tapados con olor concentrado a ella y contaba los segundos hasta ser encontrada. Casi nadie daba conmigo antes de los 54 segundos. Alguien se acercaba y, golpeando varias veces la puerta, me decía ¿estás ahí?; desde adentro en reverberación corta daba sorda la escena; yo no contestaba para estirar más el tiempo de silencio y oscuridad. En ese lapso aprovechaba para diseñar estrategias de supervivencia desde el asilo y el confort. Imaginaba tardes de domingo en familia alrededor de un fuego en la isla, me veía navegando sobre caballos de vapor o acovachada entre sábanas pesadas. Me envolvían los paños, el loden, reconocía los cinturones y algunas cajas también. La compacidad de un lote puro de entelequia cándida.
Gimena se abraza completa, tuerce el cuello y se cuelga en una pantalla en la confitería Augustus de Rosario; la estudio y ella me lee, que también es estudiarme. Nos estudiamos, desparejas, entablamos una conversación de larga distancia que duraría milenios. La alimento. Un tiempo más tarde conozco sus rincones y vuelve a abrazarse mientras relata sus pinturas documentales descomunales. En sus antebrazos hay restos de verde, su frente se cruza de blancos tibios de los naranjas de los blancos de color, su pantalón tiene una huella oleosa de algún pigmento, el lugar destila trementina con tanto nivel de verismo que está el olor pegado a las paredes (¡esto también es la reminiscencia de algo¡). Gimena pinta cuando duerme y descubre, en esta experimentación sostenida, que la vigía y la atención por pintarlo todo son su carácter fisiológico cromático y plástico. ¿El mecanismo de producción podría ser reversible? Me atrevo a escribir que pinta lo que duerme. Registra lo que vive y define, en cada plano de color, la construcción de su estar acompasado. Pinturas páramo que, así todo, están plagadas de “álguienes” y, esos “álguienes”, son capaces de bañar cada pincelada con tanta intensidad como el espacio vital atravesado por la manera taller de alimentarse. Salvaje y gentil al unísono, apoya de lado su apacible cabeza indómita y se ovilla contráctil sobre sí misma en un poncho azul. La obra de Gimena es un autorretrato de sus pasos, de sus cosas, de su longue durée; la pintura se extiende como una biografía fecunda.
¿El amor? La diligencia de la pintura para apartarse de la incertidumbre.

Lila Siegrist, Rosario 2015

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