Mantequita

Sofia Rossa

Curaduría: Federico Cantini
1 de Junio - 28 de Julio 2024

Mantequita, la primera exhibici�n individual de Sof�a Rossa (Rafaela, 1994) en Buenos Aires, nos
introduce a su trabajo con la velocidad pulsional de una sensibilidad punk que la caracteriza. En sus dibujos,
obstinados con la monocrom�a en tanto �tica pl�stica y texturados por el relieve que produce el trazo ansioso
de biromes negras que se mueven como un riff, Rossa despliega la complejidad afectiva del n�made que vuelve
a casa. Despu�s de la adrenalina de la ciudad, su retorno narra un viaje hacia un lugar negado, en el que practica
el after de la prepotencia adolescente y en vez de arrojar palabras que puedan dominar el entorno desde su
resistencia, se abre a la observaci�n de aquello que en apariencia funciona, pero esconde la espeluznante
promesa de su deformidad. Como una cart�grafa de sentimientos rotos, relata la vuelta vencida, asumiendo la
frustraci�n como un campo de estudio impaciente sobre la organizaci�n espacial de su ciudad de origen, la
rectitud disciplinante de su idiosincrasia, la extra�eza inherente de aquellos que se creen iguales y, en particular,
los fantasmas que acechan su propia historia.

Desde este sentido de urgencia, las im�genes que la artista crea, traducen la arquitectura de lo
inmediato en mapas ficcionales. Trazados imposibles que subvierten cualquier posibilidad de orden,
continuidad y precisi�n, proponiendo la misma desorientaci�n como un punto de vista borracho que no disemina
su hedor como un agente del caos, sino que usa la confusi�n de los sentidos como un umbral de acceso a la
organizaci�n monstruosa de la intimidad del cuerpo colectivo. Estos mapas, acumulan agresivamente
ciudadanos animalizados, elementos de corte punzante, lenguajes sin significado y destellos del trauma personal
junto a repertorios decorativos cristianos, personajes animados por una vulnerabilidad sospechosa y s�mbolos
de la m�sica alternativa ligada a las contraculturas queer. Dando continuidad al collage como m�todo, traduce
el sentido de superposici�n desde el rejunte de motivos, un montaje embarrado de signos que no ilustran �las
ciudades del interior�, sosteniendo la exotizaci�n proyectada desde el centro, sino el interior de las ciudades,
el coraz�n oscuro de toda forma de organizaci�n cultural. De este modo, el barrio, para Rossa, se convierte en
un objeto de escucha, una canci�n disonante que modifica el ritmo de su dibujo y la materialidad de su obra,
orient�ndola en la incorporaci�n del papel de molder�a que usan sus vecinas como soporte, los residuos de la
banquina como marcos y el s�mbolo de la cruz, multiplicado incansablemente en la cuadra, como un sistema de
montaje y lectura de las vi�etas que hacen a su imaginario figurativo.

Como podemos ver, en Mantequita, el universo de sentido que crean sus obras da un paso m�s all�
de la descarga autodestructiva que caracteriza el principio de negaci�n de toda subjetividad distorcionada. De
hecho, su oposici�n, no est� en el olvido del mundo por medio de la intoxicaci�n y el black out, sino
contrariamente, por la creaci�n de estos peque�os artefactos mnemot�cnicos que recuerdan el presente, desde
una sensibilidad compleja, sintetizando en la unidimensionalidad aparente de su forma, la fricci�n entre
guiones culturales, estilos personales y modos de vida que de alguna u otra manera, se ven afectados por la
desesperaci�n, el hast�o y la fragmentaci�n violenta del lazo social. La singularidad con la que Sof�a Rossa
representa esta sinuosa cancelaci�n del futuro, antiguamente convocada por las multitudes con cresta, se hace
material en un efecto de aplanamiento de lo real y en la oscuridad de la tinta, pero tambi�n en una
aproximaci�n vulnerable al cotidiano, a lo que vive cerca, y permanece extra�amente organizado en su
memoria como una lata de cerveza aplastada. Un sentido de fragilidad que no asume la indolencia ante lo real,
sino que encuentra en su capacidad de romperse, de verse asfixiada por la sombra de la normalidad, una
oportunidad para expandirse arriesgadamente, volvi�ndo la fragmentaci�n de la conciencia, un lenguaje
com�n. En ese sentido, la singularidad de su obra convoca en el mismo acto del dibujo, trauma y reparaci�n,
una operaci�n que supera la promesa redentora del romanticismo que se hamaca entre vencedores y vencidos,
asumiendo la ambig�edad ca�tica del todo junto como el verdadero pogo del esp�ritu. Un estado an�mico que
sugiere, con la nerviosa inseguridad de toda hip�tesis sentimental, que la venganza de los que vuelven all� de
donde fueron expulsados, sea crear pertenencia, y finalmente, fundar�un�hogar.

Testo de sala
Nicolas Cuello

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