Día de campo
Iosu Aramburu
Curaduría: Mijail Mitrovic
1 de Abril - 3 de Junio 2023
Un paseo, pero no de esos que se contentan con la vista de postal. Se trata de mirar un campo preciso que, entre los años 20 y 50 del siglo pasado, se llenó de figuras que quebraron la imagen que permeó el área andina desde el inicio de las repúblicas donde el campesinado aparecía como un sujeto atrasado y degradado. Con la mirada indigenista, las herramientas de trabajo dejaron de verse como índices del atraso técnico y se volvieron invitaciones a pensar una modernidad anclada en las tradiciones autóctonas. A veces, inclusive, se alzaron como armas contra el régimen de hacienda. Los cuerpos campesinos también adquirieron una nueva fuerza, dejando atrás el imaginario que oscilaba entre la melancolía por el pasado perdido o su presentación racializada como bestias de carga.
En décadas recientes, tras las derrotas de los movimientos populares de la segunda mitad del siglo XX —a excepción de Bolivia y Ecuador—, estos imaginarios han regresado y ubican al campesinado como un sujeto solamente preocupado por su supervivencia e incapaz de inscribirse en un proyecto revolucionario. Las obras que Iosu ha tomado como base para este paseo por la figuración del siglo pasado responden a los tiempos donde el problema del indio y de la tierra, siguiendo la formulación de Mariátegui de 1928, eran vistos por primera vez como un asunto económico y político, ya no desde las miradas que planteaban que hacía falta redimir sus almas, llevarlos a la escuela o desindigenizarlos a través del mestizaje. La novedad del indigenismo revolucionario de los años 20 en el área andina consistió, precisamente, en comprender que la liberación del indio radicaba en atacar las formas de propiedad de la tierra y de explotación del trabajo campesino, y recuperar las formas asociativas de organización del trabajo que se hunden en la historia de estas tierras. La vanguardia política alentó la configuración del indigenismo como vanguardia artística, y ésta última tradujo visualmente, al menos por un tiempo, las premisas radicales de la primera.
Es usual que Iosu periodice, que recorte tiempos para examinar algo del pasado y devolver nuestra atención a asuntos que han perdido sustancia histórica en el presente. Detrás de estas obras late la certeza de que el campo latinoamericano fue por mucho tiempo el lugar de la revolución, del surgimiento de una subjetividad nueva que era preciso figurar y darle contornos precisos. Los cuerpos, las labores y el paisaje como género pictórico entraron en una transformación profunda cuya fuerza hoy se encuentra diluida en la historia del arte. La vanguardia indigenista quebró el tiempo en la región: el presente indígena estaba ahora cargado de una historia negada por colonizadores, terratenientes y burgueses, y desde allí podría reinventarse un futuro distinto, a veces nacionalista, a veces socialista. De todo ello surgió un nuevo modo de mirar e imaginar el mundo rural que se mantuvo activo hasta fines de los años 70. Esa mirada también tuvo limitaciones, desde luego, fruto de la desvinculación del indigenismo artístico y los movimientos sociales que le dieron sustento.
Los estallidos de rebeliones de los últimos años, sin embargo, invitan a mirar nuevamente el pasado de las figuraciones revolucionarias en América Latina, porque hay algo en ellas que retorna al presente y reclama ser reconsiderado como parte del repertorio visual de las actuales luchas populares. Ese es el paseo al que Iosu invita: mirar otra vez estas formas de figurar el campo y traerlas al presente para atender a nuestra cita pendiente con el pasado. Y también mirar más allá, en las nubes, arriba del horizonte nuevamente abierto.
Mijail Mitrovic