La vista es el hotel de los demás

Curaduría: César Abelenda
8 de Abril - 15 de Mayo 2014

Víctor Florido alquila habitaciones. Tiene una casa enorme que permanentemente muta en refacciones, como si se tratara de un ser vivo. Aloja a sus huéspedes en cubículos de techos altos. Distante pero amable, él los distribuye en los cuartos, él pone las reglas de la casa. Esa escultura de cemento pareciera moverse cada vez que la voz de Víctor atraviesa la galería que conecta los dormitorios, rebota en las baldosas del patio, vibra con cada paso al subir por la escalera, se hunde en los tablones del piso.

En el silencio de su estudio se lo encuentra pintando. Pinta escenas de interiores. En realidad, se podría decir que pinta siempre una misma escena, así como algunos directores de cine filman una y otra vez la misma historia. Si esto fuese así, entonces todos los cuadros de Víctor podrían verse como ensayos de un mismo cuadro: el que todavía no existe, o el que quizás ya esté pintado y descansando contra la pared del taller. Como si toda su obra estuviese compuesta de un relato suspendido de antelaciones y flash-backs.

Igual que en los sueños o las alucinaciones, no se puede saber con certeza si el espacio representado en las pinturas es un dormitorio, una oficina, un monoambiente, o una escenografía teatral. Los interiores emergen en una frontera indefinida, se instalan en un territorio íntimo pero desconocido, habitual e impersonal, como un hotel. Y con cada cuadro la confusión golpea: ¿a qué autores pertenecen esos libros que se reiteran en las bibliotecas, con los lomos en blanco? ¿qué reproducen esos papeles ilegibles desperdigados por el piso? ¿quién es ese personaje que se erige de espaldas, de perfil? ¿se tratan acaso de autorretratos?

Pero también hay que ver las pinturas de Víctor a partir de lo que no muestran. Es decir, si pudiésemos pasar las telas por un aparato de rayos x como hacen los restauradores, descubriríamos otra obra escondida, hecha de pentimentos. Figuras, fragmentos que alguna vez pintó, pero que al cambiar de idea tapó y empezó a pintar de nuevo. Casi todas estas obras tienen, más allá de su superficie, un relato de presencias y clausuras. Están hechas de la yuxtaposición de personajes, muebles, bibliotecas, paneles, operación que llega a hacerse en algunos cuadros radical, con un eclipse de pintura blanca.

Estamos acostumbrados a distinguir las imágenes sobre la simple oposición entre figura y fondo: una forma definida se destaca por sobre un fondo independiente que generalmente es ilimitado, informe, homogéneo. Pero entonces, ¿se podría pensar que los espacios que vemos en estas pinturas fueron habitados intermitentemente? Como si cada obra terminara siendo un momento congelado en la dialéctica infinita entre figura y fondo, se revela un continuum estable en el que la figura humana es lo accesorio.

Con esto, la composición disloca los temas pictóricos clásicos y en su lugar pone en acto micro-temas contemporáneos: escenas cotidianas de interiores, pero con la ausencia de los protagonistas. De éstos sólo queda el desorden como rastro hermenéutico. Como si estas pinturas mostraran lo que no fue hecho para ser retratado, lo que no informa, lo residual, los campos ciegos alrededor del dato; haciendo manifiesto lo invisible, la inercia del pensamiento,el espacio que flota entre el piso y las paredes de una habitación.

Cecilia Guerra Lage
Buenos Aires, abril 2014

ESPAÑOL | ENGLISH